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KRÖGER

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KRÖGER

 

   A veces sentimos que nos duele el corazón. Y nos tentamos ese músculo para llegar hasta el fondo de un dolor ignorado. Nos duele el corazón, nos duele la vida. Y no sabemos qué hacer. El bombardeo de cosas que caen sobre nosotros, que nos van arrancando los pies de la tierra firme, que nos aturden sin descanso, nos impide darnos cuenta de hasta qué punto resulta acelerada nuestra degradación.

   Pronto, cuando ya todos seamos androides idiotizados, interconectados por el chip sostenible de felicidad global, no sentiremos auténticos estremecimientos cuando nuestros ojos se posen sobre la magnificencia de hermosas y antiguas palabras. Todas nuestras emociones, todos nuestros pensamientos, habrán sido debidamente encauzados para que no podamos ignorar los dogmas que extinguen las luces de nuestra inteligencia hasta convertir la verdad (la búsqueda de la verdad) en una leyenda o un unicornio que nos embiste con su multicolor cuerno de metaversos ucrónicos.

   Antes de que eso suceda, para quienes todavía sienten en su cerebro impulsos eléctricos de raciocinio, para quienes apartan sus ojos de las televisiones y de otros lugares de perdición, y así evitan tener ojos de borrego, me permito decir unas palabras sobre una obra de Thomas Mann.

   La obra en cuestión es Tonio Kröger, un relato breve (pero muy denso en cuanto a belleza y perspicacia) que el premio Nobel de 1929 escribió a los 25 años, después del éxito inicial de Los Buddenbrook.

   Tonio Kröger, obra de juventud, es una novela de amor y de vocación, o también de sentimiento y renuncia. En ella, transmutando vivencias de sus años adolescentes, el artista alemán nos habla de la revelación de los anhelos amorosos. Pero estos anhelos se nos presentan en el relato como un ansia bisexual hacia formas carnales de belleza. Pues el joven Tonio se siente atraído a la vez por el bello Hans Hansen y la rubia Ingeborg, germánicos adolescentes en ciernes de Sigfrido y Brunilda. Hacia los dos, siente el arrobado Tonio Kröger el apasionado flechazo del deseo.

   De esta manera, el sensible Tonio Kröger, en cuyas venas late la vocación artística, experimenta en su turbado corazón la aspiración hacia dos seres que irradian para él un magnetismo fascinante. Hans es el amigo, el compañero con quien quisiera compartir momentos de íntima camaradería y confraternidad. E Ingeborg es la joven hermosa, cautivadora como una valquiria, que incita a soñar con la dulzura de formar un día, junto a ella, una familia idealmente burguesa.

   Sin embargo, Tonio Kröger no es un joven risueño y desenvuelto. Él no es como los despreocupados Hans e Inge. Por el contrario, Kröger se siente apartado de la vida normal, de los sencillos goces y diversiones que gustan a la mayoría de los mortales a menos que uno, a modo de señal divina, haya sido marcado por el destino y condenado a la soledad de la creación.

   Quien esté interesado en comprobar la manera en que el joven Tonio asume el conflicto (siempre doloroso) entre la vida y el arte, entre el ansia de pertenencia al confortable orden burgués y la llamada imperiosa de un destino difícil, no se sentirá decepcionado ante esta joya literaria tan exacta en páginas como ilimitada en gracia y verdad.

   Sí, aprovechemos todavía la posibilidad de palpar y tocar los libros valiosos, de leerlos y de impregnarnos con lo que un día fue y se llamó literatura. El triunfo de la técnica sobre el arte, de la virtualidad sobre la vida libérrima, auspiciado por un masivo y correcto lavado de cerebro, borra ya, desde todos los dispositivos móviles e inmóviles, cualquier esperanza de búsqueda de la verdad.

   A menos que…

FIN

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