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Sex o no sex. (O algunos clichés del sexo llevados al extremo del humorismo)

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―Buenas noches, soy Ángel García y me acompaña la doctora Isabel Cachete, psicóloga por la universidad de Conakri, chochóloga por la universidad de Lesbos y pichóloga por la universidad de Nevada-Las Vergas. Bien, como algunos de ustedes ya saben, la prestigiosa doctora Cachete presentará a partir de la próxima semana un programa dedicado al sexo y titulado: Con pelos rizados y sin señales de orgasmo. Su emisión tendrá lugar de lunes a viernes, de 1 a 3 de la madrugada. Pero esta noche, en nuestra cadena de radio, y a modo de introducción, vamos a entablar un diálogo con ella. Para empezar, doctora Cachete, ¿sex o no sex?

   ―¡Sex o no sex: he aquí la cuestión! ¿Cuál es más digna acción del ánimo: aguantar impasible la visión gozosa del pene avasallador o resistirme ante ese piélago de placer  que amenaza con derrumbar mi virginidad incólume? ¡Gozar…, dormir!, no más. ¡Y pensar que con la voluntad no basta para calmar la agitación y los mil conflictos que desasosiegan nuestra carne maciza! ¡He aquí un término conturbador! Mas, ¡gozar…, dormir! ¡Sí, dormir! ¡Tal vez soñar! ¡Pero ahí está el problema! Porque, ¿cómo dudar ante los goces de la carne cuando una misma podría procurar su alivio con sólo meterse a monja? Sí, ¿quién querría sufrir mi calentura si no fuera por la sospecha de un algo maravilloso que perdura después de un polvo celestial, esa sensación que deja al amante con más ansias de placer…? ¡Pero, silencio! Ángel García se dispone a preguntar.

   ―Pues sí, doctora, un tema peliagudo: ¿qué puede decir a nuestros oyentes acerca del punto G? ¿Dónde, mi querida doctora, localizamos ese enigmático punto?

   ―Bueno, mucho se ha especulado sobre el punto Gemido Gachí, ya que en realidad se trata de un punto que oculta un doble placer encriptado. No obstante, como de las meigas, podría decirse que «haberlo, haylo». En todo caso, los continuos estudios sobre el terreno púbico no han arrojado una luz lo bastante fluida sobre el caso. Cierto es que algunos de mis sesudos colegas ubican el Gemido Gachí en el interior de la vagina, pero yo no le haría ascos a los abruptos riscos que jalonan el Monte de Venus. De hecho, con el fin de localizarlo de una puñetera vez, esta misma noche parte a casa de Milagritos Cienfuegos una expedición de mandingas senegaleses junto a un refuerzo de pívots congoleños de la liga de baloncesto… Por lo tanto, una vez yo reciba en mi despacho la visita de la señorita Cienfuegos y ella aporte su testimonio con pruebas gráficas de embeleso jadeante (expresión turulata y ojos idos), yo estudiaré detenidamente esa muestra científica y la cotejaré con la abundante e inútil documentación que hay sobre la materia. Y entonces, sólo entonces, yo estimaré si una vez más el Gemido Gachí sigue acompañando al Yeti en el lejano país de las maravillas o si por el contrario me veo obligada a gritar albricias y a entonar cien aleluyas en honor del admirable coño de la señorita Cienfuegos.

   ―Bien, quedamos a la espera. Y dígame, doctora Cachete, ¿qué puede decirnos acerca de la seguridad en el sexo?

   ―Pues que es una condición sine qua non. El sexo siempre ha de ser seguro. Por eso conviene revisar el estado de la cama. Hay colchones que ya llevan su trajín a cuestas y que en el momento más inoportuno podrían sorprendernos con un muelle criminal que fuera a clavarse en el costillar del maromo o de la fingidora piba multiorgásmica. Así que yo recomiendo echar un vistazo a los herrajes del canapé y a las patas de la cama antes de hacer el salto del capullo. No obviemos esos chirridos preocupantes que un día pueden llevarnos a una hernia discal y no por causa de un kiki colosal. Y sobre todo, vigilemos nuestro móvil si tenemos previsto establecer una cornamenta en la frente de nuestra pareja. No vaya a ser que el interfecto descubra el día y la hora de nuestra fechoría sexual (nada más desagradable que la irrupción del incauto en el lugar de autos). Pero si así fuera, no nos andemos por las ramas. No queramos escurrir el bulto con el consabido: «No es lo que parece, cariño». Pues nuestro cariño sabe que «sí es lo que parece». Es preferible, si estamos con un cigarrillo en la cama y acostados junto a la socia o el galán de turno, que afrontemos la cosa con la mayor naturalidad posible: «Ya ves, Pepe, acabo de echar un kiki con tu amigo Luis.  Y oye, la mar de relajada. Y no es que contigo no me quede a gusto. Pero, oye, un cambio se agradece. Como que te da otra perspectiva. En fin, hombre, no te lo tomes a mal. Que sepas que para esta noche te he preparado un bacalao al ajoarriero que se te van a poner de punta los pelos del sobaco. Anda, hombre, no pongas esa cara y échate un pitillo. Total, la vida son dos días. ¿Para qué andar malhumorado?». O similarmente: «No te lo vas a creer, Rosita. Resulta que iba por la calle y de pronto me sale la Maruchi. ¿No te acuerdas? Sí, mujer, la chica con la que hice aquel cursillo de primeros auxilios al turismo escandinavo. Imagínate: hacía veinte años que no la veía y nos pusimos a hablar de los viejos tiempos. Pero por mucho que se cuente, ya se sabe, uno no acaba de ponerse al día. Y es que resulta que la Maruchi es personal chópe de una marca de embutidos y se pasa la vida viajando por España y Portugal. Porque debes saber, cariño, que su empresa elabora un chóped de bellota que se saca de las carrilleras de los cerdos de pata negra. Total: que como la vida de Maruchi es una novela y no quería dejarla con la palabra en la boca, fui y le dije:  tú te vienes a mi casa y me cuentas tus andanzas. Y ya ves: una cosa lleva a la otra y aquí estamos…»

   ―Por lo tanto, doctora Cachete, su receta es naturalidad, siempre naturalidad.

   ―Sí, lo que viene siendo ponerle buena cara al mal tiempo. Que si algo nos sobra a los indígenas ibéricos, es sabiduría cazurra.

   ―Perfecto. Y dígame, ¿cómo abordamos el problema del tamaño? O dicho llanamente, doctora Cachete: ¿el tamaño importa?

   ―¿Cómo no va a importar? ¡Naturalmente que importa! Pese a ciertos refranes caritativos: en el pene pequeño está el buen semen, lo cierto es que el tamaño importa. Yo misma, sin ir más lejos, me estrené con un negrazo del Bronx y ya no me abro de piernas por menos de veinte centímetros. Vera usted, amigo Ángel: las mujeres estamos acostumbradas a ejercer de oenegés maternales. Somos consoladoras por naturaleza. Y la verdad es que por nuestra sensibilidad necesitamos algo más que los hombres en cuestión de sexo. Es por eso que nos sentimos insatisfechas en el ochenta y cinco por ciento de los casos. Así lo he constatado en mi dilatado trabajo de campo o, más bien, de alcoba. Pues con un universo de 1328 maromos que hasta ahora me he pasado por la piedra, puedo manifestar que con 1128 varones quedé hembrunamente insatisfecha y sólo con 200 alcancé el clímax. Claro está que algunos de estos 200 no tenían un gran pene y que entre los muchos ineptos había gente con una dotación ejemplar. Pero vayan unas vergas por otras. No obstante, además de un buen miembro que le alegre los ojos, la mujer necesita una dosis completa de preliminares. Sí, necesitamos que nos lengüeteen como si fuéramos ambrosía de miel y que sepan encontrar nuestros puntos sensibles de caricia. Y eso para sentir bien duros nuestros pezones cuando nuestra boca empiece a salivar de gusto ante la visión de un tío macizo y bien armado. En definitiva, amigo Ángel: ¡queremos penes king- size! Y el que no lo tenga, que se meta a monje.

    ―Pero eso es injusto, doctora Cachete.  Es obra de la naturaleza el pene que le cuelga a cada hombre. No sería justo apartar del goce a los menos dotados.

    ―Cierto, amigo Ángel. Sería injusto, pero así es la vida. Y es que el hombre, respecto a la mujer, siempre estará en desventaja sexual. Mientras nosotras podemos tumbarnos a la bartola y abrirnos de piernas leyendo distraídamente una revista ―y en esta postura ya puede pasar por nuestra cama un batallón de fusileros―, he aquí que el macho ha de esforzarse para tener siempre en alto su bayoneta. Sí, amigo Ángel, el hombre ha de esmerarse si quiere contentar a su pareja. Es por eso que el sexo es lo contrario del amor. Pues por amor se perdona la ineficacia sexual. El sexo, a fin de cuentas, es una cuestión animal, un puro asunto de excitación. Así que tal vez entienda usted, querido Ángel, que después de levantarnos con el canto del gallo, poner dos lavadoras y hacer un sofrito, arreglar a los niños y llevarlos al cole ―y eso antes de empezar una dura jornada de trabajo, la cual prolongaremos al volver a casa; entenderá usted, en fin, y no sin agradecer la lenta incorporación del varón a las tareas del hogar, que yo como mujer me permita gritar a los cuatro vientos: ¡exijo un pene king size! Y es que las mujeres estamos acostumbradas a sufrir demasiadas penurias emocionales, así que es razonable que alguna vez nos demos el gustazo de no ser sexualmente correctas. Otra cosa es que luego tenga una que conformarse y acoger maternalmente en sus brazos al amante ineficaz.

   ―Bien, doctora Cachete. El tiempo se nos echa encima.

   ―Es decir, nos jode en la clásica postura del misionero que nos quita la palabra y nos promete el clímax celestial.

    ―Ya veo que no desaprovecha una. Sí, lo sé: como un buen electricista que nunca desaprovecha un empalme. Únicamente, para terminar, quisiera que les dijera a nuestros oyentes el tema central de su primer programa.

   ―Sí, con mucho gusto. Como usted dice, siempre habrá un tema central que trataré de 1 a 2 de la madrugada. La otra hora, de 2 a 3, se basará en un diálogo abierto entre una servidora y los oyentes. Además, cada noche habrá un invitado y el sorteo de un juguete erótico.

   ―Por favor, doctora Cachete. Nos quedamos sin tiempo.

   ―Bien, pues impartiré una de mis clases magistrales en relación al género no binario. Así por encima, grosso modo, en mi triple condición de psicóloga, chochóloga y pichóloga, puedo decirles que el género no binario es un sistema genital no cifrado en la molécula de ADN y basado en la negación de 0 y 1, siendo el valor 0 para la mujer y 1 para el hombre, aunque también se denomina 0 al polvo insatisfactorio y 1 a la masturbación compulsiva de mandril. Y por cierto, que la bandera del género no binario, que se compone de cuatro franjas horizontales: amarilla, blanca, violeta y negra, necesitaría a mi juicio un empoderamiento visual…

 

 

Sex o no sex. (O algunos clichés del sexo llevados al extremo del humorismo)