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Cómo se escribe un libro

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La verdad es que no sé cómo se escribe un libro. Lo sé, es imperdonable haber puesto este señuelo a los ojos de todos. Os pido perdón, frustrados lectores de este artículo. La verdad es que yo había previsto otro título. En concreto: Acerca del proceso de escritura. Así, a la manera de Pilatos, lavándome las manos para evitar encandilar con una sabiduría imposible. Pero, en fin, dejémonos de tonterías. He puesto este título para captar tu atención: lector que ahora lees estas palabras. Pues si yo titulo, como hubiera sido más justo: Proceso de escritura, es evidente que esto no lo lee ni el que asó las palabras en la manteca del cerebro. Por lo tanto, sentada ya mi cínica catadura moral, pasemos a decir algo acerca de cómo se escribe un libro.

    Es verdad, yo no lo sé. Pero puesto que me he metido en este berenjenal, tratemos de apandar algunas berenjenas para que, una vez rebozadas y fritas, nos sirvan como tentempié mientras tachamos palabras en nuestro intento por escribir un libro.

   ¿Os dais cuenta, alarmados lectores? Aún no he dicho nada y ya llevo escrito casi un folio. Ajá, ya vais viendo cómo se escribe un libro.

   Dicho lo cual, os diré una verdad como un templo: nadie sabe cómo se escribe un libro porque cada libro es su autor. No obstante, por lo que a mí respecta, diré que sentí deseos de empezar a escribir después de haber leído una obra de Dylan Thomas. El título de esta obra es: Adventures in the skin trade. Yo leí este libro en una traducción de la editorial argentina Simbad, que tituló el relato, muy acertadamente: Con distinta piel. Quizás contribuyó a mi entusiasmo el hallazgo de algunos argentinismos: «petiso, pavadas, saco, a babuchas»; el caso es que sentí que una magia poética era llevada a la realidad con el fin de transmutarla y sacarla de su cascarón de simpleza. Si alguien siente en su interior un estallido de mil globos de colores, un caer victorioso de confetis y serpentinas, si siente dentro de sí un barullo de ideas e historias que quieren ir al encuentro de las palabras para tocarlas como carne y enlazarse a ellas con mil formas distintas de abrazos, esa persona ya tiene recorrido la mitad de un camino que es sinceridad y disposición a una llamada, a una vocación. La otra mitad se compone de trabajo, perspicacia… y todo el resto de cosas que se aprenden, como en cualquier otra tarea, a medida que se van sumando días, meses y años de práctica.

   En mi caso, excitado por el deseo de escribir, llegó a mi mente, hace ya muchos años, esta frase: «Suspendido por el mágico aliento de mi propia fuerza, iba dejando atrás las calles y las casas».

   A partir de esa frase seguí adelante hasta poner fin a mi primera obra, un relato que no vio la luz, como otros que vinieron después. En esa frase inicial estaba  encerrada para mí la historia, una idea básica que era la huida hacia adelante, el abandono de todo lo conocido para ir a la aventura. En ese caso, trabajé sin ningún esquema de narración, o dicho de otro modo: el esquema narrativo lo tenía en la cabeza. Luego, en otros casos, sí hice un borrador de trabajo con un desarrollo de la historia y un esbozo de los personajes.

   En cierto modo, podría decirse que tenemos dos variables: el autor y la obra que ha de escribir. Pero si por un momento dejamos al autor al margen, cabe decir que la palabra libro define un producto formado por hojas de papel encuadernadas. Por lo tanto, si el libro es una obra de ensayo, esto es, una obra de no ficción, el proceso de escritura se encamina a exponer una argumentación que exige conocimiento veraz y dominio de la materia tratada y de unos hechos que cabe catalogar como científicos o empíricos.

   En ese sentido, mi artículo no se ocupa de esa clase de libros cuyos autores, por lo general, son personas que han vivido los hechos relatados o profesionales que exponen una materia con fines didácticos o de divertimento. Así que al titular este comentario: Cómo se escribe un libro, me refiero obviamente al libro que trata de obras de invención, llámense novelas o cuentos. También la poesía y el teatro son libro, invención y literatura, pero el astro poético, la inspiración escénica, requieren el uso de técnicas creativas más específicas que exceden la voluntad de un artículo escrito como un simple manual de instrucciones (o de sentido común).

   Así, pues, aclarado que el libro a escribir es la obra de ficción, volvamos a la cuestión de las dos variables: autor y obra.  Dije antes que cada libro es su autor. Y esta premisa ya indica que no hay ningún decálogo mágico que sirva para crear una novela.

   Puestos dos autores en la tesitura de escribir una novela que tratara el mismo tema, facilitándoles a ambos el argumento e idénticos personajes, observaríamos, como es evidente, que la obra resultante no sería la misma, sino que cada uno la escribiría según su particular genio. Y en el genio de cada persona están implícitos sus biorritmos, sus manías, su temperamento, su sentido ético y estético…

   Esto quiere decir que mientras el autor A se levantará a las seis de la mañana y  necesitará realizar una serie de rutinas antes de ponerse a escribir, el autor B abrirá los ojos a las diez de la mañana y se pondrá a escribir sin mayor ceremonia. Lo que se traduce en que el misterioso A, antes de abrir su ordenador, necesitará poner una música que le inspire (Erik Satie o Miles Davis) y comprobar la disposición de su mesa de trabajo (pues le crispa la falta de orden y simetría). No sólo eso, sino que previamente —como cada mañana—, se habrá tomado una tostada con aceite, un kiwi y un yogur, y después habrá realizado unos ejercicios gimnásticos. Y si míster A necesita un protocolo antes de vérselas con las palabras, míster B sólo necesitará, para empezar a teclear, pasarse un poco de agua por la cara y sorber un vaso de café. ¿Diremos que uno encara mejor que otro el mismo trabajo? No, en absoluto. Cada uno encara su tarea de la única manera que puede encararla, pues cada persona, como ser humano distinto, obra según una tendencia innata.

   No hay, en definitiva, ningún autor que realice el proceso de la escritura de la misma manera. Incluso la falta de ritual en un autor, su predisposición a poder escribir a cualquier hora y de cualquier manera, con silencio o con ruido, en su casa o en un tablao, constituye, en su nulo ceremonial, la costumbre de una escritura basada en la disposición espontánea.

   Dicho esto, hablaré ahora de la segunda variable: el relato que ha de escribirse. Al respecto, sucede que así como cada escritor propende a crear su espacio de trabajo, los distintos géneros narrativos impelen a un cierto tratamiento de la obra.

   Quien se disponga a escribir una novela de temática histórica, se verá en la necesidad de obtener ciertos datos si quiere conseguir una narración verídica. Y aquel que quiera escribir una novela policiaca o de misterio, difícilmente acertará en su objetivo si no empieza la novela por el final: pues si hay un asesinato en la historia se antoja necesario que el autor sepa de antemano las circunstancias y pormenores de la trama y su desenlace final; lo que implica que deberá conocer, con pelos y señales, quién y por qué será el asesino y quién y por qué será la víctima. O los asesinos y las víctimas si la historia es más bien truculenta.

   Otro tipo de novelas: epistolares, autobiográficas, realistas, románticas, no exigen quizás un acopio tan concreto de trabajo previo. Pero, en todo caso, es el encuentro entre cada autor y su proyecto, el que determina, en esa encrucijada, el procedimiento a seguir.

   Por mi parte, yo no tengo ningún método preciso de trabajo. Mi primera aproximación a la escritura, mi primera obra, la hice a partir de una frase y sin elaborar un esquema previo. Luego, una vez iniciado, el relato suele exigir una previsión argumental que se va realizando con una cierta antelación, si no es que, en virtud de la identificación del autor con su obra, la historia va abriéndose camino de manera fácil e inmediata, con rectos machetazos, en la selva de la escritura.

   En todo caso, al autor de novelas o cuentos sólo cabe exigirle dos cosas: la verosimilitud de la historia y una técnica de escritura aseada.

   La verosimilitud es cuestión de saber qué clase de obra vamos a trabajar y qué necesitaremos para que resulte creíble.

   La técnica de escritura, el estilo, acaba creándolo uno mismo a condición de que aprenda de sí mismo, de sus errores, y siempre poniendo a contribución una cierta dosis de constancia. Y si acaso hubiera una formula inequívoca para escribir una novela, esa fórmula se basaría en leer mucho y en tener la imperiosa necesidad de querer decir cosas. Lo demás es trabajo de oficina: pensar, escribir, tachar, volver a escribir, tachar, pensar, ir atrás, escribir…

   Así que ésta es la manera en que no se escribe un libro. Pero al menos me sentiré satisfecho si tú, lector, has pasado un rato distraído.

   Claro está que sigues sin saber cómo se escribe un libro. Yo tampoco lo sé. Quizás porque la literatura, cada obra creada, es la forma en que unas palabras concretas abandonan a un ser para instalarse en otro.

 

 

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