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Son Cubano

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SON CUBANO

   ¿Qué es el son cubano?

   Podríamos decir que es la música que de manera habitual se empezó a hacer en Cuba a finales del siglo diecinueve y ya mayoritariamente a principios del siglo veinte. Pero si se quiere más claridad en la respuesta y sobre todo más belleza, háganse con un disco del Sexteto Habanero y escuchen Aquella boca, No hay quien pase, Loma de Belén o Como está Miguel.

 Me permito poner aquí una parte de la letra de este último tema, también conocido como «Bururú Barará», y cuyo compositor fue Felipe Neri Cabrera, uno de los integrantes del Sexteto Habanero:

     «En este mundo infinito,                   «Las mujeres y los gatos

     lo juro por San Antonio,                  son de la misma opinión:

     la mujer es el demonio                   teniendo la carne en casa

     y el hombre es un angelito.»          salen a buscar ratón.»

   Absténganse de querer entender la música más divina del siglo veinte aquellos que estén afectados por el virus de la corrección política. Es decir, aquellos incapaces de comprender que cada ser humano nace en una época determinada que le nutre con una sustancia de actualidad, sustancia que le penetra desde el vientre materno y que condiciona su forma de sentir mediante la adhesión natural a los usos y costumbres de la época. Esto es, cada época instala a la persona en el mundo y la integra en el ambiente de manera congénita.

   Con demasiada frecuencia acontece que nos indignamos con hechos y personajes del pasado y no entendemos unas acciones que a nuestros ojos ultracivilizados nos parecen indignas o atroces. Nos falta entender que no podemos ponernos en la piel de las personas que vivieron hace cien, trescientos o dos mil años. Para ellos no era atrocidad o indignidad lo que hoy nos lo parece en el año 2020 de la era cristiana. De la misma manera que algunos usos que hoy nos parecen apropiados o irreprochables les resultarán bárbaros o absurdos a quienes vivan dentro de doscientos o mil años.

   Para juzgar los hechos es básico situar a cada hombre en el contexto general de su época y en el contexto personal de sus circunstancias. Sólo así podremos tener una visión adecuada para valorar o enjuiciar las obras pasadas y los seres difuntos.

   En fin, nada más alejado de la gracia del son cubano que este inciso que nos ha obligado a interrumpir la voz del cantante y maraquero, Felipe Neri Cabrera. Si me han hecho caso y han podido oír alguna canción del Sexteto Habanero, habrán reparado ya en la sencilla pureza con la que suenan aquellos sones grabados hace cien años. Nada que ver con la grandilocuencia de los sonidos que hoy en día enmascaran una absoluta falta de talento en la música.

   Así, pues, ¿en qué consiste la gracia divina del son cubano, esa ingenuidad garbosa que conquista y llena de chiribitas los corazones escuchantes?

   Cuando uno oye Aquella boca, está oyendo cantar a un hombre cubano, es decir, está oyendo una voz que se expresa modulando sonidos que tuvieron sus estratos originarios en España y África. La herencia genética acumulada durante milenios de existencia en estas dos zonas características de la geografía física, confluyeron en el ser cubano para dotarle de las virtudes del movimiento airoso y el decir donoso.

   Si por una parte podemos conceder a la herencia africana la cadencia para saber bailar con la sensualidad que sólo poseen los cubanos, démosle a la herencia española el temple de la palabra y remontemos ese don lírico a la época gloriosa del siglo de oro, pues a esa explosión de gracia e ingenio («la gala de Medina, la flor de Olmedo»), cabe remontar la veta original que presta virtud y donaire a las letras del son.

   Pero la música popular, además de voz, exige instrumentos musicales, una manera concreta de acompañar la palabra con sonoridades de cuerda, percusión o viento. Es aquí donde el son cubano, para acompañar la voz garbosa —deudora de la melosa España sureña: andaluza, canaria y extremeña—, toma para sí instrumentos rústicos y con máximo arte los recrea para adecuarlos a las letras que el campesino blanco o el descendiente de esclavos hace salir de su alma en la manigua o en el ingenio de azúcar.

   ¿Y cuáles son los instrumentos que hacen el son cubano, es decir, el sentimiento veteado de oscura sangre africana y espesa sangre española?

   Tenemos el bongó, un juego de dos tambores pequeños, uno mayor que otro, unidos por una pieza de madera. En la zona oriental de Cuba, hacia finales del siglo diecinueve, se le dio su forma actual.

   La clave, o claves, ya que se trata de dos bastones de madera, de forma cilíndrica, que se golpean uno contra otro de forma rítmica. Es esencial colocar el palo de clave de manera correcta, con la mano puesta en forma de arco, para que el otro palo, actuando como baqueta, obtenga la resonancia adecuada.  

   Las maracas, un tercer instrumento de percusión que posiblemente tiene su origen en las ceremonias religiosas de brujos y chamanes africanos. Grosso modo, podemos pensar que originariamente fueron dos calabazas llenas de pequeñas piedras.

   El tres, instrumento (éste ya no de percusión) que consiste en una guitarra de tres cuerdas dobles y que se originó de manera más simple, como una caja de madera con las tres cuerdas, en el oriente cubano a finales del siglo diecinueve, aunque también guitarras parecidas existían en la España medieval. En todo caso, con el tres salimos de África y de las manos tañedoras y nos situamos en la melodía de la canción para tener un instrumento conductor y esencial en el plano armónico.

   Hay otros instrumentos en la música popular cubana, como la tumbadora o conga, y que es el tambor grande que deriva del tronco de madera ahuecado y cubierto por una piel sobre la que se percute. Tumbadora, luego hecha doble con un segundo tambor hacia 1940. También el güiro, otro instrumento de percusión hecho con el cuello de una calabaza gruesa y que se toca con un palillo o baqueta, si bien su origen no es esencialmente cubano. Su nombre hace alusión a la güira, árbol de la América tropical. No obstante, éstos y otros instrumentos no formaron parte del nacimiento del son, ya que es posteriormente, en las orquestas, con músicas derivadas del son y básicamente bailables, cuando hallan su más legítimo acomodo.

   Por lo tanto, hablando intrínsecamente de son cubano, y aparte de los instrumentos convencionales que son de uso en el son (contrabajo, guitarra, trompeta), yo, como simple amante y no erudito del tema, digo que el bongó, la clave, las maracas y el tres son los instrumentos característicos del son cubano.

   Dicho esto, queda entendida la distinción entre los instrumentos ‘primarios’ que se tocan rítmicamente con las manos para dar compás al son y los instrumentos académicos que estructuran la melodía: guitarra, tres, contrabajo y trompeta. Y es con este acompañamiento instrumental que la voz cubana dice con el acento de la gracia y siempre a la altura más sublime el son irónico o doliente. Y reitero que la palabra básica para entender el son es «gracia», equivaliendo esta gracia al garbo o salero andaluz. Pero cuando el garbo es caribeño y mezcla la herencia selvática de África y el legado lingüístico de España, la «gracia» se hace dulce agudeza de un sentimiento que es mezcla de dolor esclavo y poesía lejana.

   Dicho esto, es hora de poner en este escrito algunos nombres singulares. He hablado del Sexteto Habanero. Es decir, como formación más clásica: Agustín Gutiérrez, bongosero; Abelardo Barroso, voz y clave; Felipe Neri Cabrera, voz y maracas; Gerardo Martínez, voz y contrabajo; Guillermo Castillo, voz y guitarra, y Carlos Godinez, voz y tres. Creado como tal Sexteto en La Habana, entre 1919 y 1920, además de Castillo, Godinez, Martínez y Neri Cabrera, el grupo incluyó en su creación a Joaquín Velazco, con el bongó (luego sustituido por Oscar Sotolongo), a Ricardo Martínez con el tres y a Antonio Bacallao con la botija (jarra de barro con dos aberturas por las que el intérprete soplaba para crear sonidos de bajo). Cabe mencionar asimismo a Enrique Hernández, primer trompeta del Sexteto en 1927, y a su posterior sustituto, Félix Chapotín. Y aquí hay que decir que la trompeta es el instrumento (aunque no aparezca siempre en los temas) que lleva al son hacia un estado superior de brillantez y delicia. Es su sonido metálico el que subraya y hace más reluciente la alegría y más obsesiva la pena.

   Escuchen, si pueden, al Sexteto Habanero y gócense con el bendito acento cubano expresado de forma añorante y lastimera en Aquella boca, puro lirismo de Lope de Vega: «¡Qué dulce es la boca que ardorosamente / con besos ardientes / hicimos sangrar…!»

   Cabe decir que esta canción es un bolero compuesto por Eusebio Delfín que el Sexteto Habanero conduce luego, por inspiración de Godinez y Martínez, hasta una melodía de son montuno. Oigan también al Sexteto en Loma de Belen, canción de Juana González, y escuchen la plenitud de las voces cantando a coro: «A la loma de Belen, / de Belen nos vamos…» Y ya desde el comienzo oigan al bongó y a la clave haciendo el son. Son que no significa otra cosa que sonido. Porque si de manera sencilla hay que decir lo que más claramente muestra el alma del son, habría que decir que son los sonidos del bongó y la clave. ¿Pero cómo expresar con palabras ese gozo musical, cómo hacerlo si no es manifestando sobre la piel tensa de los pequeños tambores la ancestral herencia africana, cómo declarar la emoción si no es creando con dos palos la resonancia que portea al mundo moderno el ritmo de una selva que sosegaron cadencias españolas?

   Coetáneo del Sexteto Habanero es el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, músico notable que lleva el son hasta un compás vibrante como si de pronto la hermosura se hubiera desbocado y galopante fuera la alegría y presta el ansia de curar la pena. Oigan a Ignacio Piñeiro y su Septeto interpretando Entre preciosas palmeras, Suavecito, Esas no son cubanas o Me arrepiento.

   Gloria también al gran Trío Matamoros, con su líder Miguel Matamoros, guitarra y voz, el excelso Ciro Rodríguez, segunda voz, maracas y clave, y el magnífico Rafael Cueto, guitarra y coros. Escuchen el son hecho perfecta estructura de canción: Olvido, La mujer de Antonio, El que siembra su maíz, La Cumbancha, Buche y pluma no más, Lágrimas negras, Luz que no alumbra. Mención especial merece el mágico Son de la loma, de Miguel Matamoros, con una letra que empieza con este prodigio: «Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes...»

   Y para tantos españoles que lo ignoran, sepan que Antonio Machín ha sido uno de los grandes intérpretes del son. Lo fue a finales de los años veinte y principio de los treinta, cuando en Cuba lideró un cuarteto y un sexteto. Óiganlo cantar Abandonada, de Manolo Romero, o Desvelo de amor y Campanitas de cristal (todo un villancico) de Rafael Hernández, temas grabados en Nueva York entre 1930 y 1931.

   Y recordaré para acabar a Benny Moré, que antes de ser el Bárbaro del Ritmo se impregnó plenamente de la esencia del son al integrarse como cantante en Méjico, en 1945, en el entonces llamado Conjunto Matamoros. Semejante conjunción astral produjo en la voz de Benny Moré joyas como Ofrenda Criolla (de los tres Matamoros) o la jacarandosa ¿Qué será eso?, de Ciro Rodríguez, glorioso autor asimismo del poético Camina y ven pa’ la loma, un son que por sí solo merecería muchos párrafos de comentario lírico: «Cuando el sol tras de la loma / al mundo sus rayos lanza, / nos manda luz y esperanza / del nuevo día que asoma…»

   No hay espacio para más. Como el amante que se pierde en el cuerpo amado, yo también me he excedido en mi amor por el son y me he dejado llevar por los placeres  de su evocación imborrable. Quizás, en otra ocasión (si las circunstancias lo propician), pueda explayarme en los intérpretes y los sones mencionados. En todo caso, estas palabras han sido escritas a modo de una sencilla y subjetiva introducción al son cubano.

   Baste concluir diciendo que si bien la evolución del son derivó en una música básicamente bailable, ahí sigue detenido en el tiempo de la gracia ese periodo sublime que abarca unos veinte años de grabaciones. Porque el son es para ser escuchado, para deleitar el corazón y el alma.

    Memoria eterna para la música más divina del siglo veinte, y salud y esperanza para los esforzados cubanos, sabiendo (y perdón por citar una frase de mi novela): que «sólo la libertad te hace a imagen y semejanza de tu voluntad».

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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