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Amiga Siri

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Micaela lleva más de 10 minutos remoloneando en la cama. Al despertar ha estirado su brazo para colocar las yemas en la pantalla de salud incrustada en su cabecero. Tras oír la campanilla que indica que su revisión física está completa ha vuelto a meter el brazo entre las sábanas. Se siente a gusto. Ahora escucha el clic de la vieja cafetera. Pronto le llegará el olor a café.

Siri le da los buenos días.

  • Tus constantes están bien, Micaela. Tienes una salud de hierro. Tus ejercicios de mantenimiento de hoy serán cardio. Empezaremos subiendo y bajando las escaleras del edificio 3 veces. Debes completar la tarea en 7 minutos. Después vamos a…
  • ¡Cállate Siri!, ¡cállate! Me tienes harta

Micaela va al baño, su primera orina de la mañana, cálida y untuosa cae en un receptáculo para su análisis. Cuando se levanta de la taza, lo observa y duda unos instantes. No sabe si jugársela y tirar de la cadena directamente, pero finalmente toca el botón de procesado porque tiene que conseguir todos los informes positivos de la semana pues ha pedido autorización para hacer la visita familiar que más ilusión le hace en este momento: ir a conocer a su segunda nieta.

Mientras se lava los dientes, llega el informe de anticuerpos. La pantalla del smarti se ilumina en azul informando de que todo está bien. Claro, para eso cumple Micaela con todas las recomendaciones, ejercicios, dietas, yoga y todas las chorradas que se le ocurren al encargado clínico de turno. Lo que le mandan, ella lo hace obediente, siempre positiva.

Mientras se toma el café, mira por la ventana y distingue varios pájaros en las ramas del árbol. Tiene una habilidad especial para reconocerlos. Los comederos de su repisa son los más visitados por las aves del barrio y los vecinos la envidian.

  • ¿Has vuelto a las andadas? Palomita, ay ¡qué bicho eres! ¡Mira que te gusta comer basura!

El pájaro la mira con un solo ojo, y se va volando hasta la rama del árbol. Tras ella, se acerca un herrerillo cantarín

  • Ay ¡qué majo, herrerín!, me has alegrado la mañana con tu visita.

Micaela se bebe el café observando los afanados movimientos del pajarillo. Sabe que la estancia será efímera y se recrea contemplando sus colores.

  • ¿Sabes lo que voy a hacer, herre? Pues, mira, lo he pensado, hoy no me llevo el smarti cuando haga ejercicio.

El pájaro atrapa una larva y se la traga

  • Sí, sí, ya sé que no me va a contabilizar la movilidad. Ya sé que estoy tonta, pero me da igual. Necesito librarme de la Siri, es que no la aguanto.

El pájaro sigue buscando mosquitos y Micaela excusas. Asistentes del smarti hay muchos, bueno, digamos la verdad, son voces, no son nada más que voces robóticas. Pero Micaela nunca la ha cambiado desde que se compró el viejo primer iphone. En aquella época le gustaba tanto darle órdenes... Siri, ponme música de relax. Siri, avísame cuando empiece el Ministerio del Tiempo. Siri, esto y aquello. Pero ahora ya no resulta tan agradable, ahora es un verdadero fastidio.

  • Ya sé que no me entiendes, herrerillo. Es que su falsa amabilidad, su prontitud al responder, sus torpezas, su voz metálica me sacan de quicio. ¡No puedo más!

El pájaro esquivo da un saltito y se agita para limpiarse las plumas.

  • Claro, claro. Hay que quitársela de encima, ya te entiendo. Me quejo demasiado y no actúo, pero no sé, es que me da miedo que el próximo sea peor. Y no es nada barato cambiar de asistente. Si luego es peor. Dime ¿tú qué harías?  

El pájaro alza el vuelo, azul sobre azul y Micaela apura el último sorbo de café. Tras fregar la taza y desinfectarla,  coge el dispositivo y lo manipula para disfrutar de los 60 minutos diarios de desconexión de monitorización.

Con la Siri enmudecida, calzada con sus deportivas y vestida con unas viejas mallas y una camiseta rosa, inicia la carrera escaleras abajo. Al llegar al sótano decide pasar por el rellano de los buzones, pues lleva bastante tiempo sin abrir el suyo. Piensa que puede haber llegado ya la tarjeta del permiso de salida trimestral.

Nadie entiende que sigan mandando en papel las notificaciones de las fechas autorizadas. Dicen que estos arcaicos usos se remontan a la primera pandemia, la del 19, pero quién sabe por qué no lo han cambiado ya. El caso es que a Micaela le gusta el viejo método, porque cuando una encuentra el papelito acostado en el fondo del buzón, siente que el corazón da un brinco.

Y hoy hay sorpresa, cuando abre el buzón dotado de un mecanismo de apertura con reconocimiento facial, sonríe satisfecha: hay una tarjeta azul, ahí está su notificación. Perfecto.

La abre con prisa y se asegura de los detalles: Sí, está su nombre. Sra Micaela López blablablá, la fecha para salir a la calle: el 20 de mayo. Las recomendaciones de siempre: no olvide que debe actualizar sus blablabla. No se entretiene en leer más, esas se las sabe de memoria pero lo que  no sabe es qué día es hoy. Y no lleva su smarti para preguntar a Siri.

Vuelve en el ascensor, muy acelerada, mira que no acordarse de la fecha, en qué día vive. Entra en casa corriendo. Coge el aparato y el pulgar encuentra rápidamente el botón de encendido. Se ilumina un poco la pantalla, y mientras salen los 45 logos de las apps que tiene instaladas y acepta los permisos de seguimiento y renuncia al tiempo restante de desconexión de monitorización hace un listado mental de todo lo que quiere hacer el día de salida, además de conocer a la pequeña Laura.

Por fin suena la última y dulce melodía y el teléfono se ilumina más aún. En la pantalla, de fondo,  aparece el infantil dibujo que le ha mandado su nieta Celia, la mayor.

  • Hoy es martes, le contesta Siri.
  • Qué más, insiste ella. El número de día, Siri.
  • Hoy es martes 27 de mayo de 2031 ¿Te gustaría saber la previsión del tiempo?
  • ¡Nooo!
  • Te informo de las onomásticas: Hoy es el cumpleaños de Rodrigo. ¿quieres que programe una videollamada? 
  • Vete a la mierda, Siri. Vete a la puta mierda.

 

 

 

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